Euphoria, un oscuro viaje al interior de uno mismo
- La Cuarta Pared
- 6 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Escrito por: Julieth Gómez
Euforia, significa en español “sensación exagerada de bienestar que se manifiesta como una alegría intensa, no adecuada a la realidad, acompañada de un gran optimismo”; un título perfecto para una serie que habla de adolescencia, drogas, sexo (nada muy nuevo), pero desde un profundo acto de introspección a través de un soliloquio que nos permite entender la oscuridad inmensa que se esconde detrás de sus personajes, y sobre todo de su protagonista.

Para empezar, debo decir que esta serie hace parte de un año glorioso para la producción de HBO. Finalizaron, no sé si de la mejor manera, Game Of Thrones; y tras ese final de dieron a la tarea de llenar su programación con muy buen contenido, entre ellas algunas series que para mi gusto rescato: Chernobyl, la serie mejor puntuada en IMDb; la segunda temporada de Big Little Lies, a quien algunos se han dado la tarea de llamar una gran muestra de sororidad; y por supuesto Euphoria.
Protagonizada por una magnífica, profunda y madura (actoralmente hablando), Zendaya en el papel de Rue, una joven drogadicta que acaba de salir de un proceso de rehabilitación que solo le ha servido para dejar a su madre conforme, después de una sobredosis que casi la mata.
La historia central parece simple, pero es su desarrollo lo que la vuelve tan atrapante e interesante. A manera de soliloquio Rue nos va hablando y llevando por los momentos de su vida que la han conducido a ser una joven dependiente de las drogas. Aunque su vida es por decirlo de alguna manera la línea central, funciona también como un punto de conexión entre la vida de quienes la rodean; destacándose por sobre todos una joven llamada Jules, interpretada por Hunter Schafer, quien se ha convertido en una de las primeras personas transgenero en incursionar tan abierta y protagónicamente en la televisión paseándose por la pantalla con su delgado cuerpo y su apariencia de Sailor Moon, mientras guarda su pene dentro de unos calzoncitos rosados que aparecen casi en primer plano en los primeros capítulos.
Pero ¿por qué vale la pena ver Euphoria?
La primera vez que recuerdo haber visto tan abiertamente el tema de las drogas y el sexo adolescente fue en la serie británica Skins, también hablaba de un grupo de amigos que paralelo a su vida cotidiana se debatían entre las fiestas, las drogas, los trastornos alimenticios y las expectativas paternales; para su momento fue por decirlo de alguna manera “lo máximo”, pero hemos cambiado, los años han pasado y conforme la generación a la que van dirigidas también. Ahora entendemos más los dolores del alma y vemos cómo están expuestos los adolescentes del hoy.
Rue, y sus compañeros, no representan a los típicos adolescentes descerebrados pretendiendo simplemente seguir al rebaño (los hay en la serie, pero no son los protagonistas). Esta vez nos enfrentamos a monstruos nuevos: como la pornografía y el matoneo asociado a internet; también a las diferentes maneras de vivir la sexualidad y de trasegar entre los géneros. En el primer capítulo, la protagonista dice “simplemente me presenté un día sin mapa y sin brújula, y sinceramente, sin alguien que pudiera darme un maldito buen consejo”; una muestra de la eterna imposibilidad que parecen tener lo adultos de entender a los jóvenes, y de un mundo en el que aunque tenemos todas las posibilidades de estar conectados cada día nos sentimos más solos.
Hay algo en estos jóvenes y es la acción constante de lidiar con la pesadez y el desafío de la propia existencia; no como una inconformidad filosófica, sino como una incapacidad práctica de habitar el mundo; de no entender, no sentir, y querer seguir vivo, más que por uno, por los otros. Es interesante ver también como se cuestiona a la sociedad en general, la falta de protección de los gobiernos, la sensación de desamparo en general y de que el mundo se ha construido solo para causar desasosiego en los seres humanos... siendo allí donde las drogas son un refugio, un momento de euforia, de felicidad y de salvación, un momento a cambio de mucha destrucción.
Técnicamente también es potente, con una fotografía cuidada y apoyada por mezclas de colores intensos y luces destellantes para los momentos de viaje. El maquillaje ha jugado también un papel fundamental, pues nos sitúa claramente en el mundo actual donde los jóvenes reinventan constantemente su estética, ya que no se amoldan en la idea de una sola moda, o de una sola forma de ser.
Al final, entendemos que el camino recorrido hasta allí no ha sido intencional, tal vez si uno supiera lo que pasa en el futuro no decidiría lo que decidió en el pasado. Tal vez si la pequeña niña no hubiera tenido un trastorno de ansiedad que convertía su cuerpo en una cárcel no se hubiera tomado los primeros calmantes que la llevarían a pensar que esos momentos de paz dados por las pastillas son la única forma de estar conforme en la vida. Aunque ella entabla un soliloquio con la audiencia, en ningún momento trata de justificarse; al contrario, nos muestra una reflexión profunda sobre su vida… una búsqueda del silencio del mundo, una búsqueda por estar a salvo en la propia mente.
Esta lucha empezó al nacer, la primera batalla perdida fue salir por obligación de la calma del útero materno; desde allí todo ha sido guerra y conduce hasta la magnífica escena del final de la primera temporada, donde camina por todo aquello que siente perdido mientras se tambalea por saber que todo ha sido autodestructivo, que tanto dolor es también su culpa; que simplemente se ha dejado llevar y que ahora en ese punto, no parece haber un retorno.
Bonus: es maravilloso también su soudtrack, que va desde Rosalía, hasta Labrinth y Beyonce.
Estar sobrio es estar en el mundo real, y el mundo real apesta… casi siempre
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